HISTORIA DEL TEMPLO PARROQUIAL DE LUQUILLO
“La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.”
[San Juan 1:5]
El Templo Parroquial de Luquillo es un símbolo de la profunda fe y devoción de la comunidad hacia Dios. A lo largo de sus más 200 años de historia, el templo ha evolucionado en respuesta a las necesidades espirituales y materiales de su feligresía, marcando hitos importantes en su desarrollo.
Primer Templo:
Un Inicio Humilde
La Iglesia Católica de Luquillo, fue erigida en Parroquia con la evocación a San Jose en 1797. Era sufragada por el obispado de la capital. Luego de sufrir los daños de las tormentas fue reedificada nuevamente en el año 1834.
El primer templo de la Parroquia de Luquillo, construido hace dos siglos, fue una estructura humilde hecha de paja. Este templo inicial, aunque sencillo, representaba el fervor religioso y la determinación de la comunidad para contar con un lugar de culto. Se encontraba en el sitio donde hoy se erige el cuerpo de bomberos, siendo el epicentro de la vida espiritual de los primeros habitantes de Luquillo.
Segundo Templo:
Crecimiento y Centralidad
Con el paso del tiempo y el crecimiento de la comunidad, surgió la necesidad de un templo más grande y adecuado. Así, el segundo templo fue erigido en el centro de la actual plaza de recreo luego de arreglos hechos con el obispado y don Luis Lugo, fue cedido el terreno donde hoy se encuentra localizada. Este templo no solo servía como lugar de oración, sino también como un punto de encuentro para la comunidad, reforzando los lazos sociales y espirituales entre los luquillenses.
Templo Actual: Un Monumento de Fe y Dedicación
El templo actual, cuya construcción se completó en 1932, es un testimonio de la dedicación y el esfuerzo colectivo de la comunidad y sus líderes espirituales. Bajo la dirección de Mons. Byrne y con el diseño del arquitecto Antonio Martínez, la construcción del templo fue aprobada el 21 de agosto de 1930. Con un presupuesto de $10,000.00, pagaderos en cinco plazos, la comunidad se embarcó en un proyecto que culminó en una estructura que ha perdurado en el tiempo. La Iglesia Católica fue bendecida con el nombre de Parroquia San Jose el 31 de marzo de 1931.
Este templo, con su arquitectura imponente y su historia rica, sigue siendo un faro de fe para los habitantes de Luquillo. Sus paredes han sido testigos de innumerables celebraciones, oraciones y momentos de comunión, reflejando la continuidad de una tradición espiritual que ha sido transmitida de generación en generación.
EL RETABLO
El retablo y los lugares de la celebración
Por una fe… que se hace certera
Por una celebración de la fe desde una reafirmación de la cultura
Durante la celebración de los doscientos años de la vida de la Parroquia de San José en Luquillo se reafirmaron los valores cristianos y culturales de nuestro pueblo
El RETABLO es un gran paisaje del Yunque, cuyas majestuosas crestas se dejan ver en lo alto de la obra. El Yunque, morada del bondadoso Yukiyú que protege a los aborígenes contra el dios malo, Huracán, sirve de marco a la Cruz de Cristo, que construida con signos tainos y sobre signos de la cultura maya, es la realización de la bondad misma de Dios en favor de su pueblo, siendo así un signo del Emmanuel, el Dios con nosotros, en el misterio de la Encarnación de Jesucristo.
Enmarcada en esta simbología taina se encuentra la imagen de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona de Puerto Rico, reafirmando así una vez más la humanización de Dios en Cristo por la maternidad de María Santísima dándole al puertorriqueño el dinamismo de la filiación divina. La exuberancia de las uvas playeras y de las palmas reales en ambos lados en la parte alta del retablo, coronadas con sendas cotorras puertorriqueñas (en peligro de extinción) haciendo el signo de la cruz, son un canto de amor a la vida.
Las palmas de coco, traídas en la administración española, procedentes del África, encorvadas por la fuerza de los huracanes, talladas con signos tainos y colocadas en los extremos del retablo, significan el duro bregar de la vida y la dominación extranjera y la infamante esclavitud a que fue sometida la raza negra.
La imagen de Jesucristo crucificado agonizante, centro de la obra. Resalta la misión de Cristo libertador, Señor de la Historia, en la que Jesús prolonga su agonía en la problemática humana.
La de San José, patrono del pueblo, hace alusión al nombre original del pueblo “San José del Luquillo”, y la de Nuestra Señora del Carmen, patrona de los pescadores
La réplica del templo actual, (cofre para los santos óleos) y los templos anteriores, son un canto a los antepasados (aborígenes, negros y españoles) que se sintieron hermanos, en su alabanza a Dios a lo largo de más de 200 años, durante los cuales la celebración de la Misa, representada por la Ultima Cena, réplica de Leonardo Da Vinci, nos hace ver la centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana.
El Altar… es un nido de pelicanos… (Una vieja leyenda dice que el pelicano se abre al pecho y alimenta sus polluelos con su propia sangre). Esta leyenda aplicada a Jesucristo, que, si nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre, en la Eucaristía, motiva para llamar a Cristo “Divino Pelícano”. El “Divino Pelícano”, nos anida y alimenta y gracias a esta infinita delicadeza brilla un nuevo sol y una nueva luz en el océano inmenso de la vida humana, dando origen a la nueva creación, iniciada en la Resurrección del Señor, que aparece en la parte alta de la pintura que está en el altar y que ilumina indirectamente el paisaje (hay que agacharse para verla) nos orienta hacia el dinamismo pascual, que lo transforma todo hasta llegar a su plenitud.
La Palabra se celebra en el Ambón… allí Cristo nos habla: comunica su Palabra, torrente de agua viva; agua que viniendo del cielo no volverá allá sin antes haber fecundado la tierra; agua que purifica y da vida.
La Sede… lugar presidencial de la celebración. Quien la ocupa preside en nombre y la persona de Jesús. Cristo es la Palabra, Cristo es el alimento.
El Indio Taino… de rodillas, recibiendo el cirio Pascual (símbolo de Cristo resucitado) expresa la unión de la cultura aborigen, enriquecida por la fe en Cristo Jesús, Señor de la historia.
Y por último, la vegetación, el agua, los animalitos, especialmente el coquí, diseminados por doquier, son un canto a la naturaleza y una invitación a su amor fpara alabar a Dios, nuestro Padre, tanto en el templo, fruto de nuestro esfuerzo como en el templo inmenso de la creación.